Si el tiempo en la memoria no muriese
tan lento y torturado,
disponiendo
por tanto una manera melancólica
de volver al pasado y de
sentirlo
no como un algo muerto, sino siempre
a punto de morir y siempre
herido
-y renacido siempre, y de tiniebla.
Si el tiempo, en fin,
tuviese potestad
para borrar su estela de memoria,
para enterrar sin daño
los recuerdos
en vez de darles rango de abstracción
-y en las tardes
vacías recordar;
con algo de tahúr y algo de mago,
lo que ya sólo es
ficción del tiempo
como un viento lejano, un eco frío.
Si todo fuese
así, si en el pasado
no fuera uno la estatua de sí mismo
en una plaza
oscura y sin palomas
o el actor secundario de una obra
retirada de escena,
me pregunto
qué sería -imagina- de nosotros,
que sellamos un pacto tan
antiguo
como el color del aire en la mañana.
Qué habría de ser entonces,
sin memoria,
de nosotros, que hacemos renacer
al juntar nuestras manos
esta noche
tantas noches y lunas y ciudades
y tembloroso mar de las
estrellas.
Felipe Benítez Reyes
lunes, 15 de octubre de 2012
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