sábado, 1 de marzo de 2014

Sin orificio de salida

Esta mañana, al despertarme, creí que llovía. 
Luego abrí la ventana y no, 
no era lluvia, 
eras tú, 
que te alejabas, 
que ya no volabas, 
que ya no estabas. 
Y ya no pude volver a dormir. 

Yo que siempre pensé 
que besándote te hubiera convencido: 
a ti de quererme, 
a mí de no dispararte, 
pero mil poemas tristes nunca fueron suficientes 
para alguien que desprende primaveras
al abrir las alas, ni siquiera versarte los labios cada mañana, 
ni quitarte el frío de las manos, 
ni cargarte a mi espalda 
mientras me rompo el cuello intentando mirarte 
-si supieras lo que echo de menos mirarte, 
casi tanto 
como a ti-, 
ni ser el preludio de tu música, 
es decir, 
de tu risa, 
no fue suficiente abrirte mi carne 
para que la llenaras de la tuya 
bloqueando cada esquina con el recuerdo de tu cara, 
ni llamarnos de mil maneras diferentes 
con el único propósito 
de ser únicas 
la una para la otra. 

El mundo se dio cuenta 
de que cada vez que venías 
yo adelantaba las manillas del reloj 
para ver si mi futuro llevaba tu nombre, 
de que te robé todos los relojes 
para que así no agotaras tu tiempo conmigo, 
y destrozó mis horas, 
el muy cabrón, 
como quien aplasta lagrimales,
y yo miré suplicante a tus muñecas desnudas, 
a la pared vacía, 
a tus mañanas entre mantas sin horario, 
pero la habitación se llenó 
del jet-lag que sufren mis sueños 
desde que abandonaron tu cama, 
y todos los intentos de sostenernos fueron en vano, 
de repente la vida pesaba demasiado 
y tú eras más grande que la lluvia. 
Y no fue suficiente para mí, 
y tuve que deshacerme de los segundos que dejaban tus minutos. Yo, que te llené de palabras, 
me cansé de que las tuyas solo fueran de ida 
y no pude evitar mirar la última página, 
donde tu pelo ya no estaba. 
Donde mis dedos ya no estaban. 
Y leerte despacio 
para engañar al reloj, 
dejó de funcionar. 
Y silenciar el temblor de mis manos 
para que no te fueras, 
solo hizo más ruido. 

Eres tanto que cualquier cosa que no sea tenerte al final del día 
no resulta suficiente. 
Y eso no es culpa de nadie. 

Así que perdóname por no conseguir 
que fuéramos suficiente. 
Por llenarte el cuerpo de adioses, 
vestir mis dedos de balas 
y dispararte 
-aunque te lleve tan dentro 
que dispararte a ti 
sea como dispararme a mí, 
pero sin orificio de salida-, 
por empujarte hacia el abismo de mis labios 
y suicidarte antes 
de olerte, 
por odiarte un poco 
porque llueve 
y no vas a aparecer, 
porque mi reloj ahora solo me diga 
que es hora de marcharme, 

por sacarte de mis ojos 
para poder dormir, 
por quedarme 
a ver cómo nos ponemos la ropa la una a la otra 
sabiendo que no volveremos a desnudarnos, 
y después irme. 
Perdóname, 
por no encontrar otra manera de salvarme 
que no implicara abandonarte. 

Y aunque esto sea un poema triste más, tienes que saber 
que hacerte el amor fue como empezar una frase, 
y terminarla. 
Abandonarnos ahora 
es dejar inacabado el poema. 


Pero recuérdalo, 
una vez al día 
te cambiaría por toda la poesía.





Elvira Sastre Sanz

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